The Newsroom es, según a quién se pregunte, una de las series más irritantes de la historia de la televisión (no, de la representación en general desde el bisonte de Altamira), o una utopía de la corrección sintáctica que muchos habitaríamos con gusto. En cualquier caso no puede negarse el impacto del momento en el tercer capítulo de la primera temporada cuando de repente, sin anunciarlo, apareció deslumbrante, contundente y con esa voz que fue la perdición de los hombres durante décadas, Jane Fonda unos segundos como presidenta de la cadena. Jane Fonda. Y ciertamente sólo hicieron falta unos segundos. Jane Fonda traía, más que una presencia, una historia, era un rostro cargado de sentido y de autoridad: una de las primeras en hacer papeles de puta en Hollywood, ingenua profesional, fantasía machista de melena leonina (Leona Lansing era el nombre, tan adecuado, de su personaje en le serie) y devaneos siderales, activista contra la guerra del Vietnam, y luego una serie de papeles y declaraciones que la convierten en la actriz con mayor dominio de su carrera en los setenta. En aquella aparición estaba la autoridad de toda una carrera. Quizá otras tuvieron más impacto (Linda Lovelace, Carol Burnett), pero ninguna actriz importante supo combinar tan bien el significado de su personaje con el talento, el riesgo y el glamour. Representó el mejor Hollywood, el que va por delante de la sociedad, el que toma partido, el que ayuda a pensar, el que aunque no tenga sentido al menos cree fervientemente que no se puede renunciar a él. A partir de los ochenta las cosas ya van a menos, pero es que desde los ochenta el cine y el mundo en general han ido a menos.
El camino hacia la cumbre no fue fácil y viendo algunas interpretaciones de los sesenta uno piensa en lo cerca que estuvo en convertirse en otra Stella Stevens, Jill St John o, como mucho, Tuesday Weld. Uno la ve en ciertos vehículos como Descalzos en el parque, La gata negra o Confidencias de mujer y ve a una chica delgada, claramente hija de Henry, de mirada entre irónica e intensa y con una voz (ah, la voz) aromática, embriagadora como un buen bourbon, que fluye densa como el chocolate de taza, y que se te queda pegada y de la que siempre quieres más. Es algo que ya se ve en clave sureña en su primer papel de prostituta, donde ya muestra una inclinación especial por centrar la interpretación el el cuerpo. La transformación de su personaje en La gata negra se realiza expresando un conocimiento sexual que pocas starlettes con ambiciones osaban expresar en aquel momento. El cuerpo todavía tenía ciertos estándares en 1962 y debía manejarse como Doris Day manejaba el suyo (atrapándolo, borrándolo, convirtiéndolo en un caparazón). Después de saber en qué se convirtió, es fácil ver en sus interpretaciones de los primeros sesenta atisbos del futuro. La ironía que rompía la fantasía masculina de ingenuidad es palpable en títulos como Los felinos o incluso Barbarella, películas en que es fácil ver que está por encima de sus papeles.
Por supuesto fue una mujer objetificada, algo por lo que se pasaría la década de los setenta pidiendo excusas. Ciertos críticos no se tomaban en serio a las mujeres monas que sugerían sexo. En la época de Julie Andrews, Jane Fonda parecía muy del montón, otra candidata a las poses de Playboy, destinada a decorar las vidas de señores insatisfechos. Con pedigrí y con varias películas francesas donde osaba mostrar partes de la anatomía que en Hollywood todavía no se permitían (las primeras tetas desde 1934 aparecen en un montaje bastante incómodo de la película The Pawnbroker, del 64) Fonda parecía un ser hermoso, superficial, algo vulgar, freak que sin duda desaparecería pronto. Barbarella es ciertamente un hito de algo (el mal gusto, el desafío a la ciencia) pero nadie podía defenderla como una buena película. Y en cualquier caso los francófilos siempre iban a preferir a Brigitte Bardot, la primera señora Vadim, por encima de la aspirante de la realeza hollywoodiense.
En los sesenta "Hollywood" era una palabra fea que sugería telarañas y Charlton Heston, lujo desesperado y musicales desmedidos. La hija de Henry, en cambio, se nos iba a París, se casaba con el hombre que inventó a Bardot y trabajaba con la bella y la bestia de los sesenta (Delon y Godard). Y para colmo se puso a hacer activismo contra la estúpida intervención estadounidense en Vietnam. En 1968 nadie dudaba lo fútil de tal intervención, pero nadie, especialmente en un Hollywood que funcionaba por inercia, se atrevía a decir nada. De hecho el primero en hacerlo fue John Wayne que por supuesto lo hizo para hacer apología del heroísmo en Boinas verdes. Y Fonda, que con gran enfado por parte de papá (Henry era liberal y epítome de los valores demócratas en la pantalla y fuera de ella, pero lo de ponerse de parte del rojerío le pareció un poco demasiado) se fue a Hanoi, se fotografió con el enemigo, se subió a los tanques y dijo exactamente lo que pensaba. Aunque pocos lo reconocieron también había destellos de inteligencia profesional en sus elecciones. Antes de su consagración como actriz, fue una de las muchas cosas interesantes de The Chase, de Arthur Penn (1966). En un papel secundario y sin gran fuste rezumaba más erotismo del requerido. Aunque el descubrimiento del film fue Janice Rule y Angie Dickinson fue una gran señora, lo cierto es que el plano que uno recuerda es el de Fonda simplemente sentada en unos escalones de madera hablando de tú a tú con el hombre al que deseaba. Pero, sí, seguía siendo fácil olvidar a Fonda. Como sucede con muchas chicas de hoy en día era difícil separar el gesto de la persona, el cuerpo del talento.
Hasta 1969. Quienes esperasen a Barbarella en la adaptación de Horace McCoy Danzad danzad malditos, sobre concursos de baile, quedaron totalmente decepcionados. Para bien y para mal. La Gloria de Fonda en este gran film (sobre los sádicos maratones de baile de la Gran Depresión) ya no era muñeca cosificada, fantasía melenuda de hetero baboso, siempre a punto de mostrar un pezón que otro y que hacía morritos a la cámara. Con maquillaje que optaba por la realidad más que por el glamour (el objeto de glamour en aquella película era Susannah York), torrentes de sudor que arrastraban el rímel por su mejilla, trajes que ocultaban su carnalidad, la melena recortada y contenida en greñas rebeldes y la voz convertida en una serie de esputos (en su primera aparición, Fonda parece escupir sus palabras), mostraba unas aristas que nadie se había planteado que tuviera. Y empezó a demostrar que iba en serio. De repente lo de Vietnam fue más que un capricho de niña rebelde. Por cálculo o por convicción, se mostró crítica con los años como señora Vadim, no sólo con sus declaraciones sino con hechos. El primero de ellos se llamó Klute (1971) de Alan Pakula, una de las películas sintomáticas de los setenta: un thriller de tintes críticos sobre personalidades patológicas con fotografía de Gordon Willis. Fonda volvía a interpretar a una prostituta. Pero frente a la sinuosa Kitty de La gata negra, aquí era Bree, una mujer muy herida que disfrutaba la posición de poder que le daba la prostitución. Aunque en la película acaba envuelta en una trama que casi la castiga por tal atrevimiento, lo cierto es que su interpretación era dura y valiente, sus pómulos acerados y su mirada desafiante. En algunas escenas, Bree hablaba sobre sus emociones y el placer del control sobre los hombres. Aunque pocas cosas en Hollywood puedan denominarse "feministas" al menos Fonda estaba intentando proyectar elementos de su mirada femenina sobre sus papeles.

Son años fascinantes en Hollywood. Algunos de los mejores siguen trabajando, aunque ciertamente hay dudas sobre el curso de sus carreras: Nicholson, DeNiro, Pacino, Bridges. Fonda lideró la generación de estrellas femeninas inusuales que incluye la belleza neurótica de Jessica Lange, la logorrea respingona de Diane Keaton o Sally Field, el rostro longitudinal, poco simpático, de Meryl Streep o la pura extrañeza visual de gente como Liza Minnelli, Sissy Spacek o Shelley Duvall que parecen habitar un mundo imaginado por Munch o Hopper. Nótese cómo todas ellas llegan a un momento crítico eh torno a 1980. Ellas, Hollywood y el mundo, pero especialmente ellas. Algunas carreras casi desaparecen (Duvall, Spacek, Minnelli), otras tienen que refugiarse en maridos famosos (Lange) y luego desparecen hasta la era dorada de las series. En este sentido no podemos ser demasiado duros con Fonda cuando se dedicó al aerobic. Sí, las posturas eran grotescas, imposibles, y la obsesión por la delgadez apuntaba a una nueva patología cultural. Si Fonda había introducido la experiencia femenina en sus papeles, ahora parecía haber decidido convertir las mujeres en amasijos de nervio y privaciones. Y el problema es que si se pregunta a la gente, la mayoría no recuerda Julia o Llega un jinete libre y salvaje, sino los contorsionismos de Fonda en calientapiernas y maillots a rayas. Tómese como una profecía de los ochenta y tomémonos un minuto de silencio para reflexionar sobre sus consecuencias. Sobre todo lloremos amargamente porque era el signo definitivo de que los setenta ya no iban a volver.

De ahí que fuera tan estimulante que Aaron Sorkin, que de cásting sabe un rato, la llamase para The Newsroom. De hecho, desde cierto punto de vista, espiritual, digamos, The Newsroom no sería posible sin Jane Fonda, el intento de dar un sentido político a los medios, el preguntar continuamente "tú que harías" (para demostrar de manera recurrente que los protagonistas de la serie guapos y de sintaxis impoluta siempre lo hacen mejor) es heredero del mejor Hollywood de los setenta (Network sin la amargura). The Newsroom sabe que existió Jane Fonda. Y sabe que sigue ahí. Y sólo podemos dar gracias porque siempre podemos volver a escucharla, a presenciarla, a sentirla.
Em sap greu: nunca me interesó Jane Fonda. Creo que prefiero a Meryl Streep, Sally Field o Julie Andrews. Pero no te preocupes, Alberto, creo que el universo conspira a tu favor:
ResponderEliminarhttp://www.out.com/popnography/2015/6/05/jane-fondas-dance-parties-sound-real-turnt
Gran post Alberto. Me ha reconciliado con Fonda, de la que, se forma un poco irreflexiva me había distanciado tras el aerobic y su boda con Ted Turner (para que querría nadie casarse con Ted Turner??). Y lleno de detalles impagables: "la sintaxis impoluta" de las criaturas de Sorkin. En cada capítulo de West Wing yo quería, de forma sucesiva o simultánea, hablar como Josh, Sam o CJ...
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