Como otros conceptos surgidos de luchas ideológicas del siglo XX, la palabra "feminismo" suele blandirse a la ligera, especialmente cuando se habla de representación en los medios de masas. Esto contribuye a difuminar la importancia de la mirada feminista, debilitar su impacto y distorsionar sus objetivos. De alguna manera hace que sea muy fácil para las productoras ganarse la etiqueta de "feminista" con algunos toques simples como parte del proyecto de llegar a todo el mundo. Se compatibiliza así "feminismo" con ideologías misóginas dentro de un mismo film, que queda exonerado de acusaciones. Lo que sigue es un intento de mostrar en qué términos ciertas narrativas de Hollywood puede calificarse de "feminista" y hasta qué punto nos conviene hacerlo o mantener una distancia crítica.
Como suele suceder, el problema principal de las etiquetas es la simplificación; sus ventajas son ayudarnos a pensar con rapidez y a tomar atajos conceptuales que fácilmente se convierten en lemas. A pesar de la utilidad de esto último, nunca hay que pensar acríticamente un adjetivo ("feminista") tiene significado único o se refiere a una actitud universal. El ansia de literalidad, de concisión y la pereza mental ayudan a simplificar y en parte suman fuerza a la patología cultural reciente que quiere respuestas claras y conceptos fácilmente utilizables. Y es que cuando se dice que una película es "feminista" se están diciendo varias cosas a la vez y algunas en conflicto con las otras. Me voy a centrar en dos.
El segundo sentido de "cine feminista" que introduciré aquí (hay otros) es mucho menos cuestionable. Una película "feminista" elabora a través de estructuras narrativas, un discurso en el que no se añaden "peros" al sexo del personaje, un discurso que dice, claramente, que en términos de derechos y de posibilidades vitales, las mujeres son iguales que los hombres. Esto es, como veremos, más complejo de o que se nos hace creer. Y lo es especialmente en el cine clásico de Hollywood, construido según unos parámetros estandarizadores que han llegado hasta nuestros días. El modo en que la ideología se inscribe en la narrativa tiene que ver con algunos rasgos de la narración en clave clásica: los finales han de ser cerrados, el protagonista ha de ser activo en sus decisiones y la acción avanza en términos de causas y efectos con reveses que la hagan interesante. Que el protagonista fuera en el 80 % de los casos un hombre y que las estrellas femeninas tuvieran un fin decorativo, que se basasen en arquetipos, son manifestaciones de un discurso ideológico. Aplicadas a narrativas crean historias que son casi siempre anti-feministas, ya que funcionan a la contra de los fines del feminismo en narrativa. Las mujeres no son (excepto en el llamado "cine de mujeres") dueñas de su destino, las mujeres son clichés. Incluso en el cine de mujeres, las protagonistas suelen estar abocadas a un régimen masculino. Carta a tres esposas, de Joseph Mankiewicz tiene como protagonistas a tres mujeres preocupadas por si sus maridos van a abandonarlas y recordando con culpa qué hicieron mal en la relación. La película tiende a sugerir que todas son un poco culpables ya que son mujeres. La sección más interesante es la de Linda Darnell, que abre toda una serie de preguntas sobre clase y amor pero que no se atreve a llevarlas a sus últimas consecuencias. Podría dar lugar a una mirada insumisa, pero lo cierto es que acaba doblegándose a su marido. Y todos recordamos Casablanca: el pobre Rick se pasa la película intentando arreglar el estropicio causado por Ilsa, que está a punto de cargarse la posibilidad de victoria aliada en la segunda guerra mundial ella sola; cuando hay que tomar decisiones, claro, le pasa la pelota a él. Esto es anti-feminismo puro, articulado con toda la elegancia de que era capaz el clasicismo de Hollywood.
En los obituarios de Vicente Aranda, muchos se han referido al carácter "feminista" de su cine y, como en el caso de Mankiewicz, se le ha alabado por sus narrativas centradas en la experiencia de las mujeres. Sobre todo en Libertarias y en cosas como La pasión turca, hay protagonistas femeninas que, ciertamente, motivan la trama y la conducen (aunque en la segunda simplemente se revisita el cliché de que el deseo conduce al dolor, un lugar común de la tradición homosexual desde Tennesee Williams). Y aquí habría que añadir, no sé, Cambio de sexo, La novia ensangrentada, Fanny Pelopaja (espero que esté claro por qué excluyo Carmen y Juana la Loca, dos películas que inexplicablemente se utilizaban para construir el feminismo de Aranda). Se trata de films que miran a las mujeres desde fuera, construidas sin apenas empatía, sin un intento de articular la experiencia femenina desde una perspectiva femenina. Hay más feminismo en la crítica de la mirada masculina que se sugiere en momentos de, digamos, Si te dicen que caí, Clara es el precio o incluso La muchacha de las bragas de oro que presentan en la trama a mujeres objetificadas pero que la complican cuestionando la perspectiva desde la que se produce esta objetificación. Al final es cuestión de punto de vista. Y para articular el feminismo en su cine, Aranda o Mankiewicz tendrían que intentar algo que pocos hombres heterosexuales han querido intentar (y que los hombres homosexuales hacen muy a su manera y a veces, como en el caso de Gala, con cierta mala fe), que es "cruzar al otro lado", intentar ver el mundo desde la perspectiva de una mujer, valorar la mirada femenina y su experiencia como esencialmente igual de legítima que la masculina pero mucho más difícil de normalizar en nuestra sociedad. Esto, como vemos, sigue siendo un problema.
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