viernes, diciembre 01, 2006

Corrientes (homo)emocionales en el melodrama de mujeres

Una imagen de Sólo el cielo lo sabe: me encanta el uso de la luz fría del ventanal a lo largo de esta escena

Hay muchas razones por las que podemos pensar que una película habla de nosotros. Indudablemente el melodrama es un género que ha sido filón inagotable para encontrar nuestras propias emociones reflejadas, aun cuando no aparezcan personajes o situaciones gays.

Cuando hablo de “melodrama” creo que tengo que precisar más . El centro del melodrama, en general, es el conflicto emocional: puede haber emociones en una película de ciencia ficción como Star Wars, pero no constituyen el centro de la narrativa. Y los protagonistas de Cantando bajo la lluvia están “enamorados”, pero el amor no es profundo ni conflictivo. Sin embargo Magnolia, el gran melodrama de los últimos años, avanza narrativamente precisamente a partir de choques y conflictos emocionales. Lo que distingue el melodrama del simple “drama” es este énfasis y valoración de la emoción como algo determinante en nuestras vidas y que no siempre es fácil de aceptar (por muchos motivos). El choque entre emociones y principio de realidad, una cosa tan “nuestra” (es decir, como gays), es, pues, el motor narrativo del melodrama.

Uno de mis planos preferidos de todo el cine: la televisión en Sólo el cielo lo sabe

Cuando hablo de melodrama, me suelo referir a una línea concreta dentro de la historia del melodrama, la del “cine de mujeres”, una línea de desarrollo que empieza, creo, en películas de los años treinta como Stella Dallas, se soldifica con Bette Davis en la Warner (es ciertamente una actriz idónea para este género y puede decirse que “lo inventó”) y continúa con presencias centrales de Joan Crawford, Tennessee Williams, Susan Hayward, Lana Turner, Barbara Stanwyck, Jane Wyman, William Inge, Douglas Sirk, Nicholas Ray, Elia Kazan, Vincent Minnelli, etc. Es central la relación entre madres e hijas en muchos de los melodramas centrales, pero también el conflicto entre el deseo de la mujer y lo que la sociedad espera de ella. Hay melodramas de hombres: Como un torrente, de Minnelli, Escrito sobre el viento, de Sirk, Más poderoso que la vida, de Ray, o Magnolia. Pero el melodrama tiende a hablar de la experiencia de las mujeres. Y hay motivos para que así sea. A los hombres tradicionalmente se nos enseña que las emociones han de aniquilarse, sublimarse en acción o violencia, dejarse de lado, negarse. De hecho para los gays ir en contra de este credo constituye un punto clave en nuestra evolución y nos caracteriza. Pero hay pocas películas en que la emoción masculina se desborde porque narrativamente el cine sigue parámetros heterosexistas, que no incitan a ello. En cuanto al deseo: bueno, se entiende que los hombres siempre pueden seguir su deseo sin que eso sea utilice en su contra.

Los mismos motivos que constituyen la esencia del melodrama, pues, son los mismos que justifican que sea un género importante en la cultura gay. Nos gustan los melodramas porque el proceso de asumirnos como gays elimina bloqueos emocionales (o puede hacerlo) y nos capacita para ello. El énfasis en las emociones es lo que encontramos al salir del armario. Pero en realidad la actitud de la cultura gay anglosajona en general hacia el melodrama ha sido ambivalente. Sentimos un profundo respeto por el género precisamente porque esos conflictos entre una mujer emocional y las demandas que ejerce su medio social (para mí la más nítida manifestación de esto es Sólo el cielo lo sabe) son reconocibles como propios. Enfrentarnos al medio heterosexista significa que damos prioridad a unas emociones o un deseo que llevamos dentro y que según se nos dice no deberíamos tener en cuenta, deberíamos ignorar. De hecho es algo que tenemos que plantearnos, mientras que para el hombre hetero estas cosas no llegan a plantearse. Pero hay una segunda manera de ver melodrama, y es a través del camp. Hace unos días alguien hablaba de una divertidísima película de Charles Busch (dirigida por Mark Ruckert) llamada Die, Mommie, Die, que es básicamente un refrito de melodramas de mujeres. Una vez accedemos a la subcultura y nos sentimos cómodos en ella, nos gusta pensar que el tratamiento melodramático está superado, que todas las limitaciones, que todo el sufrimiento, no iba en serio: al reírnos de las convenciones melodramáticas nos reímos de nuestros propios miedos y cautelas al salir del armario. Como digo es una actitud ambivalente que se observa de manera muy nítida en el uso que Almodóvar hace del melodrama: Almodóvar cree en las emociones de su protagonista en La flor de mi secreto, se identifica con ellas, pero también es capaz de adoptar distancia en diversos grados, mediante el uso de convenciones visuales y dramáticas. No me extraña que sea una de las películas del director que menos ha entendido la crítica hetero.

Espejos, encontrarse a uno mismo: otra imagen de Sólo el cielo lo sabe

Mi melodrama preferido es, como ya dije aquí, Sólo el cielo lo sabe, de Douglas Sirk, que constituye un ejemplo ideal de todo lo dicho. Una mujer tiene que elegir entre cumplir el papel que le impone su entorno inmediato (un papel según un guión heterosexista en el que tiene que ser “madre” de unos hijos insoportables, tener amigas tremendas, asistir a un club social espantoso, etc) y una relación profunda con un hombre que es una fantasía sexual y que representa, además, lo opuesto a ese entorno: es un hombre libre, en contacto con la naturaleza, no lleva bigote como los del club social, no es un cotilla, no tiene hijos). Es curioso cómo paso a paso, conflicto a conflicto, en la narrativa pueden leerse correspondencias muy nítidas con el hecho de salir del armario en un pueblo. A mí me interesa por ejemplo que uno de sus conflictos sea con la familia: si Cary continúa con Ron, se arriesga a perder el amor de sus hijos. Yo creo que para muchos gays una de las cosas que más influyen para quedarse en el armario es precisamente el miedo a decepcionar a la madre, a perder el amor de su familia. La familia actúa así como institución represiva, contra el deseo individual. Y la película nos dice que llega el momento en que la familia va a tener que aceptar lo que somos. Que no podemos seguir utilizándola como excusa para no perseguir nuestras emociones (y ya que estamos, creo que en general las familias siempre aceptan a uno, pero el miedo a la vida es una cosa terrible y hace que no tomemos decisiones que, una vez tomadas, nos harán mejores).

La escena final de Sólo el cielo lo sabe

No digo aquí que la guionista (Peg Fenwick) pensase en esto al escribir. Ni siquiera que sea la mejor lectura o la que tiene más rendimiento. Sólo que cuando hago un análisis escena a escena, puedo encontrar momentos comunes, dudas que yo mismo tuve, choques, amenazas, decisiones, dilemas. Perfectamente reconocibles (esto no significa que sea el único modo de entrar en una película: no comparto para nada el mundo emocional de Hawks o Peckinpah, pero ambos están entre mis directores preferidos, ambos tienen películas que pondría en mi top ten, tengo gustos muy gays, pero no sólo gustos gays) como propios, pero también compartidos, asumo, con otros gays. Evidentemente el hecho de que el hombre-fantasía sea Rock Hudson y no John Wayne o Charlton Heston me ayuda a ponerme en la piel de la protagonista. El conflicto de Cary Scott se convierte así en experiencia arquetípica.

En fin, ¿tenéis una relación especial con el melodrama? ¿Alguno preferido? ¿Alguna mujer con cuyo conflicto os identifiquéis especialmente? ¿Algún ejemplo más contemporáneo de melodrama apropiable desde la experiencia gay?


Una imagen de Imitación a la vida