viernes, mayo 22, 2015

Arte y placer

No hay que engañarse. Si recurrimos a la obra de arte sólo en busca de sensaciones agradables, de placer espontáneo, de disfrute pasivo lo que queremos no es arte, son cosquillas. Es el placer que produce un helado o la brisa tras un día caluroso, el placer de una caricia o de una venganza. Que está muy bien pero no es arte.

El problema es que en general nos gusta ese placer espontáneo que no requiere trabajo ni reflexión pero también queremos la legitimidad cultural que la palabra "Arte" otorga a nuestro gusto. Queremos pensar que somos mejores si llamamos a lo que nos produce placer "arte" que si lo llamamos cosquillas. Pero al hacer esto devaluamos la relevancia del arte en nuestra sociedad. Si las cosas "simplemente" nos gustan importan poco. Mejor comerse un cocido.

Nuestra relación con la obra artística es cualquier cosa menos espontánea: hay que currársela y requiere lo que más nos cuesta, asimilarla, reflexionarla, dejarla que nos cambie. El arte que no nos hace algo, que no desafía presupuestos o que no requiere implicación intelectual o un mínimo de reflexión (sobre forma, sobre contenido, sobre percepción) no está siendo leído como arte, es una relación estéril entre un objeto y un sujeto pasivo.

Quizá no sea del todo correcto decir que el arte nos educa, pero ciertamente nos obliga a salir de nosotros mismos, a activar elementos que son "nosotros" pero que tendemos a dejar de lado. Por pereza. O por miedo a que las cosas puedan ser diferentes, a que otras miradas puedan ser legítimas.

El arte ha de ponernos frente a la complejidad del mundo, no eludirla.

No hay comentarios :

Publicar un comentario