
Como habréis notado, una de las dificultades con que me enfrento en este trabajo (recurrente en este blog y que todavía veo de difícil resolución) es la falta de un concepto de “cultura cinéfila gay” en nuestro país que circule como algo cuya existencia se asume de manera desproblematizada. En otras palabras, uno de los aspectos centrales de mi propuesta inicial (la existencia de esta “cinefilia gay” como algo específico) tiene una existencia, digamos, precaria. Esto puede ser bien porque no existe o porque, aunque exista, no se ha identificado como tal. Se trata de una dicotomía central a la hora de decidir la metodología del trabajo. También habréis notado que me inclino por la segunda posibilidad con todas las matizaciones pertinentes. Aquí voy a fundamentar un poco esta sospecha.
Mis fuentes son, de entrada, anglosajonas. En ellas, la existencia de una cultura cinéfila gay casi se da por sentada (se habla de ella utilizando ejemplos que van de El mago de Oz a Media hora más contigo, de El silencio de los corderos a El ansia), y me consta que viene apoyada por las culturas gays de esos países, ya que hace su aparición en diversas publicaciones, a veces de manera directa, otras como una serie de conocimientos que se presuponen en el lector. Esto no sucede en las publicaciones españolas gays que conozco. Las revistas gratuitas suelen tener reporteros muy puestos en novedades musicales (territorio sobre el que mi ignorancia podría llenar bibliotecas) pero cuyos comentaristas de cine parecen basarse en el material de la distribuidora (es una impresión) o en cualquier caso no parecen muy conscientes de una tradición cinéfila gay. Esto sucede también históricamente: las revistas gays de los setenta y principios de los ochenta que llevo consultadas manifiestan un interés limitado por el cine y no acaban de percibirlo como placer visceral o central. En otras palabras: mucho Muerte en Venecia y poco o nada sobre, por ejemplo, “Gay Club”, “Rocky Horror Picture Show” y otras películas plumíferas del periodo, por no hablar de los clásicos anglosajones mencionados más arriba. ¿Gustaron Su otro amor o ¿Víctor o Victoria? a los gays españoles? ¿Significaron algo para ellos? Es imposible saberlo sin preguntar a la gente intentando que hagan memoria. En comparación, en la cultura anglosajona proliferan desde los setenta fetichizaciones no sólo de Bette Davis y Joan Crawford, sino de los musicales de la Metro. Esto sólo para empezar. Películas como Mujeres, Eva al desnudo, Alma en suplicio, etc, parecen haber sido de gran importancia emocional para los homosexuales anglosajones (no hace falta especificar, pero lo hago: hablo de hombres y mujeres). Son una parte crucial, de hecho, de lo que hasta finales de los ochenta era la cultura gay (reemplazada ya por culturas queer más centradas en la última moda musical o la última película y con poca memoria histórica). Uno sospecha que debería haber una equivalencia aquí.

Sin embargo, cualquier fuente española sobre equivalentes es algo que tengo que localizar: no está presente en la cultura gay tal como se produce. Lo cierto es que si uno lee a los autores gays desde los setenta se encuentra con que, ciertamente, hay una cultura cinéfila específicamente gay, de contornos similares a la anglosajona. Gays españoles insignes, de Vicente Molina Foix , Eduardo Mendicutti, Lluís Fernández y, por supuesto, Terenci Moix o Alberto Cardín, han sido también grandes cinéfilos y en muchos casos críticos de cine. El cine ha jugado un papel central en su obra. A esto habría que añadir una cantidad bastante substancial de cineastas centrales en nuestro canon: Juan de Orduña, Eloy de la Iglesia, Olea, Pons, Almodóvar, Amenábar y Albaladejo (asumo): no sé si hay otras cinematografías que tengan a tantos cineastas gays “mainstream”. Tres de los incluidos aquí se encuentran entre nuestros cineastas más exportados y cuatro o cinco son de los más taquilleros de la historia. (En cambio, anoto, los activistas españoles, de Armand de Fluvià a Beatriz Gimeno o Pedro Zerolo no han mostrado veleidades cinéfilas. Pero creo que tiene que ver más con el impulso activista que con ser gays)
Todo esto apunta a que esa conexión entre ser gay y cinéfilo tiene que existir. Si busco puntos de contacto entre los mencionados, quizá el mundo de la copla sea el único terreno de referencia más o menos compartida y recurrente. Pero tiene que haber más.
¿Qué opináis? ¿Somos especialmente reticentes a dar una dimensión cultural a la homosexualidad en este país? ¿Alguien que quiera justificar esta reticencia? ¿Estoy tratando de imponer patrones anglosajones a una realidad distinta? ¿Y por qué es distinta (o sea, por qué los homosexuales españoles no sienten la necesidad de articular y hablar de una subcultura cinéfila)?¿O simplemente es parte de la reticencia de los gays españoles a verse a sí mismos como entes históricos (algo que, como historiador de la cultura gay española me intriga)?